1944: La Universidad dio a conocer en su Gaceta que contaba con la autorización del gobierno federal para invertir cinco millones de pesos en el proyecto para la Ciudad Universitaria.
1945: Siendo Genaro Fernández MacGregor rector de la Universidad, se propuso al gobierno federal la promulgación de la Ley sobre Fundación y Construcción de la Ciudad Universitaria, que fue aprobada por el Congreso de la Unión el 31 de diciembre de 1945.
Para la realización del plano en conjunto se llevó a cabo un concurso en la Escuela Nacional de Arquitectura; los ganadores fueron Mario Pani y Enrique del Moral, motivo por el cual ellos fueron quienes dirigieron el plano de conjunto.
En busca de recursos
1949: Se inicia la construcción de CU de la UNAM. Por la insuficiencia de fondos y sabiendo el interés del presidente Miguel Alemán por la construcción de la misma, se reorganiza el Patronato Universitario.
Para ello, se nombró presidente a Carlos Novoa, entonces director del Banco de México, y como vocales a Eduardo Suárez y David Thierry.
Se creó la Dirección del Proyecto de Conjunto, a cargo de Carlos Lazo y Mario Pani, que además de estar a cargo del proyecto maestro, se encargaron del proyecto en detalle de los espacios libres entre los edificios, coordinando los trabajos de los arquitectos encargados de proyectarlos hasta obtener el ajuste definitivo para lograr unidad y armonía en el conjunto.
Carlos Lazo y su equipo de trabajo, con ayuda del Patronato Universitario, logra concretar cada uno de los planes con economía, orden y rapidez, acelerando el desarrollo de la obra.
1952: El 20 de noviembre se hizo "la dedicación de la Ciudad Universitaria", ceremonia encabezada por Miguel Alemán.
1953: Nabor Carrillo se convierte en rector de la Universidad. Los principales problemas a los que se enfrentó fueron la terminación de los edificios junto con la infraestructura de apoyo, transporte, vivienda y la ampliación del presupuesto para la mudanza de escuelas universitarias.
1954: El lunes 22 de marzo de 1954, en una ceremonia en la Sala del Consejo Universitario en la Torre de Rectoría, el presidente Adolfo Ruíz Cortines inauguró los primeros cursos que se impartirían en Ciudad Universitaria, con lo que se hizo entrega de manera oficial de las instalaciones.
El gran proyecto consumado
A 60 años de distancia, el rector de la UNAM, José Narro Robles, recuerda que Ciudad Universitaria fue y sigue siendo un proyecto pensado verdaderamente en grande, un ejemplo de un gran proyecto y de una extraordinaria realidad.
Comenta que CU ha sido un espacio ejemplar, de éxito, de lo que México y los mexicanos, la universidad y los universitarios pueden hacer y se pueden plantear.
"No puede uno dudar de que la construcción de Ciudad Universitaria representó muchísimas cosas, una reconfirmación de la identidad nacional, una sacudida, poderosa, fuerte, vigorosa y muy exitosa al alma nacional", apunta.
Un proyecto, a decir de Narro Robles, que engloba muchos calificativos: belleza, progreso, pensamiento, acción, movimiento, estudio, identidad, rebeldía, saber, solidaridad, ruptura, continuidad, ciencia, poesía, amor, amistad, idea, historia, valores, origen, trascendencia, pluralidad y tolerancia.
Jaime Torres Bodet y CU
En mayo de 1952, meses antes de que el presidente Miguel Alemán hiciera entrega formal de las instalaciones de Ciudad Universitaria en noviembre de ese año, el presidente del Patronato Universitario, Carlos Lazo, invitó al ex secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet a recorrer las instalaciones de Ciudad Universitaria en proceso de construcción.
El escritor y poeta, reseñó en sus Memorias (Editorial Porrúa, 1981, tomo II) las impresiones de su visita a una de las obras más representativas de la modernización que vivía México.
"Invitado por Carlos Lazo, fui a visitar –en compañía de Ernesto Enríquez– las obras de Ciudad Universitaria, ya muy adelantadas. Subí escaleras, admiré perspectivas, traspuse andamios...Y me asombraron la amplitud de concepción y la rapidez de las construcciones. Felicité a los arquitectos que nos guiaron durante el recorrido. México podía enorgullecerse de una realización de tan alto rango. Pero lo significativo, a la postre, no serían las torres, la biblioteca, los anfiteatros, las aulas los laboratorios, sino el espíritu de las generaciones que acudieran a estudiar y perfeccionarse allí. ¿Se darían cuenta lo miembros de tales generaciones del sacrificio hecho para atenderlos?
A la orilla de la carretera que escogió mi chofer para llevarme a la cita de Carlos Lazo, acababa de contemplar muchas pobres chozas, no muy distintas de las que tanto me apenaron en los aledaños patéticos de Bombay. Y los habitantes de aquellas chozas no eran seres expulsados del Pakistán. Eran mexicanos, tan mexicanos como los arquitectos que me rodeaban, como el rector y como nosotros. Al comparar el lujo de nuestra casa mayor de estudios con la miseria de sus vecinos (hoy desplazados por propietarios de condominios y cómodas residencias, me pregunté: ¿entenderían los jóvenes universitarios hasta qué punto un privilegio como el que les otorgaba el país los comprometía a no vivir en el egoísmo y a servir a México entero, sin vanidades y sin jactancias?"
1964
Doce años después, en 1964, en la festiva e histórica inauguración de la Unidad Zacatenco (del Instituto Politécnico Nacional, con igual orgullo y con más precisas admoniciones, Torres Bodet, en sus mismas Memorias "puso en guardia a catedráticos y a estudiantes frente al peligro de una tecnocracia privada de corazón".
E hizo otra advertencia:
"Volviendo los ojos al doctor Ignacio Chávez –rector entonces, de la Universidad Nacional Autónomaૻ manifesté: "Veo un símbolo promisorio en la circunstancia de que las dos centrales del pensamiento humanístico y del pensamiento técnico (la Ciudad Universitaria en el Pedregal y la Unidad de Estudios Superiores en Zacatenco) hayan sido construidas en los dos extremos de la gran ciudad en la que palpita el corazón potente de la República. Me parecen, de lejos, dos alas de un solo cuerpo. Y habrán de extenderse fraternalmente, como dos alas, en ese vuelo incansable hacia el ideal que la historia llama progreso y que, para nosotros, es tan apremiante como la vida".
Don Jaime todavía tuvo tiempo de ver cuatro años después, que las dos alas se batieron generosas para hacer volar sobre el cielo de México el cuerpo del movimiento estudiantil de 1968.